Estructuras física y moral del Paraíso

-Es cierto -dijo mecánicamente el hombre,
sin quitar la vista de las llamas que ardían
en la chimenea aquella noche de invierno-;
en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros;
lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.

Augusto Monterroso, El paraíso imperfecto

     Para Dante, atrás quedó el Infierno tan temido: esa tierra de llantos y dientes crujientes; también tras de sus pasos fueron quedando las culpas, los signos en la frente y ese monte que Ulises divisó tan lejano antes de su caída. Dante Alighieri ya no se encuentra extraviado en esa selva selvaggia, áspera y fuerte que en su pensamiento renovava su pavura. Atrás quedó el espanto y el oprobio del fuego que todo lo consume, los hombres condenados, las bestias inhumanas de apariencia biforme. Este impávido viajero de regiones ultramundanas (abismales y metafísicas) ingresa ahora aliviado sin el peso del estigma del pecado y sin la fragilidad de una conciencia que se sabe culpable, en una selva de luz inusitada que despliega por doquier un esplendor y una magnificencia tales que enaltecen y purifican su cuerpo y su alma íntegramente: es el Paraíso Terrenal, ese Edén primigenio perdido de manera inexorable en la memoria de los hombres. El espíritu apaciguado del poeta no siente más temores ni tampoco pesares e ingresa en esa nueva etapa de un itinerario del que regresará transfigurado, como un extranjero frente a un mundo inaudito, jamás imaginado: “Deseoso de explorar dentro y en torno / la Divina Floresta espesa y viva, / que a mis ojos templaba el nuevo día” [Purgatorio XXVIII: pp. 1-3] escribirá absorto. Dante caminará expectante y sin prisa contemplando esas primicias de una tierra, virginal e inefable, que anticipa y anuncia ese otro Paraíso con el que ha soñado tantas veces en eternas vigilias y en anhelos insomnes desde la muerte de Beatriz.

     Ahora bien, El Paraíso está compuesto por nueve esferas celestes: la Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno, las Estrellas fijas, y el Primer móvil. Esos astros están organizados según la jerarquía de los ángeles. Dante también evoca otras asociaciones, como la existente entre Venus y el amor romántico. Las primeras tres esferas están asociadas a formas deficientes de Coraje, Justicia, y Templanza. Las otras cuatro se vinculan a ejemplos positivos de Prudencia, Coraje, Justicia, y Templanza; por su parte, la Fe, la Esperanza y la Caridad se concentran en la octava esfera.

Primera esfera (o de la Luna): los que quebrantaron el voto de castidad

Las fases de la Luna se asocian con la inconstancia. Su esfera es por ende la de las almas que abandonaron los votos monásticos, y por ende presentaron deficiencias en su virtud de coraje (Canto II).

Beatriz explica que un voto es un pacto firmado entre el hombre y Dios en el cual una persona ofrece su libertad a Dios. Estas decisiones no deben tomarse a la ligera, y deben mantenerse una vez realizados, a menos que mantenerlo acarree un mal demasiado grande, como el sacrificio de la hijas de Jefté y de Agamenón (Canto V).

Segunda esfera (o de Mercurio): espíritus activos y benéficos

Debido a su proximidad al sol, el planeta Mercurio suele ser difícil de ver. Desde un punto de vista alegórico, el planeta representa a quienes hicieron el bien por el deseo de adquirir fama, pero quienes debido a su ambición fallaron en la virtud de la justicia. Su gloria terrenal palidece en junto a la de Dios, del mismo modo que el planeta Mercurio es casi insignificante junto al Sol. Dante conoce en esta esfera el emperador Justiniano, quien se presenta con las siguientes palabras: «Cesar fui y soy Justiniano,» indicando que su personalidad permanece, pero que su cargo terrenal ya no tiene validez (Canto V). Justiniano cuenta la historia del Imperio romano, mencionando entre otros a Julio César y Cleopatra; y lamenta la situación actual de Italia, debido al conflicto entre güelfos y gibelinos que así describe en el (Canto VI).

Tercera esfera (o de Venus): espíritus amantes

Al planeta Venus tradicionalmente se lo asocia con la diosa del amor, por lo que el autor lo convierte en la esfera de los amantes, quienes fallaron en la virtud de la templanza (Canto VIII).

El trovador Fulco de Marsella habla de la tentación del amor, y recuerda  que el cono de la sombra de la Tierra toca la esfera de Venus. Condena la ciudad de Florencia  por producir la «flor maldita» responsable de la corrupción eclesiástica, y critica la clerecía por dedicarse al dinero, en vez de consagrarse a las Escrituras y en los textos de los Padres de la Iglesia (Canto IX).

Cuarta esfera (o del Sol): doctores en Filosofía y Teología

Más allá de la sombra de la Tierra, Dante encuentra ejemplos positivos de Prudencia, Justicia, Templanza, y Coraje. En el Sol, que es la fuente de luz de la Tierra, Dante encuentra los máximos ejemplos de prudencia: las almas de los sabios, quienes ayudaron a iluminar el mundo intelectualmente (Canto X).

Al principio un círculo de doce luces brillantes baila alrededor de Dante y Beatriz. Se trata de las almas de Tomás de Aquino, Alberto Magno, Graciano, Pedro Lombardo, el rey Salomón, Dionisio Areopagita, confundido con Pseudo Dionisio, Paulo Orosio, Boecio, Isidoro de Sevilla, Bede, Ricardo de San Víctor y Siger de Brabant. Tomás de Aquino cuenta la vida de San Francisco de Asís en el Canto XI.

En una segunda etapa doce nuevas luces aparecen, una de las cuales es San Buenaventura, un franciscano, que cuenta la vida de santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden a la que Santo Tomás pertenece. Como las dos órdenes no siempre fueron amigas en el mundo terreno, tener miembros de una homenajeando al fundador de la otra muestra que el amor reina en el cielo (Canto XII). Las veinticuatro luces giran en torno a Dante y Beatriz, cantando la Trinidad. Santo Tomás explica la sorprendente presencia de Salomón, quien se encuentra en el lugar por sabiduría real, más que filosófica o matemática (Cantos XIII y XIV).

Quinta esfera (o de Marte): mártires de la religión

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Al planeta Marte tradicionalmente se le asocia con el dios de la guerra, por lo que Dante hace de esta esfera la de los guerreros de la fe, quienes dieron su vida por Dios, mostrando por ende la virtud del coraje. Las millones de centellas de luz que son sus almas forman una cruz griega en el planeta Marte, y el autor la compara con la Vía Láctea (Canto XIV).

Aunque Dante dice que los sabios están «perplejos» por la naturaleza de la Vía Láctea, en su Convivio ya había descrito su naturaleza con bastante precisión en los siguientes términos: “Lo que Aristóteles dijera no se puede saber con certeza, porque su sentencia no es la misma en una traducción que en otra. (…) En la Vieja dice que la Galaxia no es sino una multitud de estrellas fijas tan pequeñas que no podemos distinguirlas desde aquí abajo, pero que de ellas aparece aquel albor, que llamamos Galaxia: y puede ser que el cielo en aquella parte sea más denso, ya que retiene y refleja aquella luz. Y esta opinión parecen tener con Aristóteles, Avicena y Tolomeo”.

Sexta esfera (o de Júpiter): príncipes sabios y justos

El planeta Júpiter se suele asociar con el rey de los dioses, por lo que Dante lo escoge como la esfera en que figurarán los reyes que se caracterizaron por su justicia. Las almas deletrean la versión latina de «Justicia del amor, que juzgas», tras la cual la «M» final de la frase toma la forma de un águila imperial gigante. (Canto XVIII).

En esta esfera se encuentran David, Ezequías, Trajano, Constantino I, Guillermo II de Sicilia, y Rifeo el troyano, quien fue un pagano salvado por la merced de Dios. Las almas que forman el águila imperial hablan con una sola voz, y hablan de la justicia de Dios. (Cantos XIX and XX).

Séptima esfera (o de Saturno): espíritus contemplativos

La esfera de Saturno es la de los contemplativos, que incluye la templanza. Dante encuentra a Pedro Damián, y discute con él sobre el monacato, la doctrina de la predestinación, y la triste situación de la Iglesia (Cantos XXI and XXII). Beatriz, quien representa la teología, se hace cada vez más adorable y llena de gracia, lo cual es una señal que indica la cercanía de la percepción del observador a la de Dios.

Octava esfera (o Estelar): espíritus triunfantes

La esfera de las Estrellas fijas es la de la Iglesia militante. En este punto, Dante vuelve la vista atrás para contemplar tanto las siete esferas por las que ha pasado como la Tierra (Canto XXII): Dante ve asimismo a la Virgen María, San Pedro, Santiago y otros santos (Canto XXIII).

Novena esfera (o cristalino): jerarquías angélicas

La novena esfera es la morada de los ángeles y la mayor esfera del universo físico. Allí ve Dante a Dios como un intenso punto de luz rodeado de nueve anillos de ángeles (Canto XXVIII). Dios la mueve directamente, haciendo que por reacción a su vez se muevan todas las otras esferas que alberga (Canto XXVII). Beatriz explica la creación del universo, y el papel de los ángeles, terminando con una severa crítica a los predicadores de entonces (Canto XXIX).

Cielo Empíreo: Dios, ángeles y beatos.

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Desde la novena esfera, Dante asciende a una región que está más allá de la existencia física, el Empíreo, que es la morada de Dios. Beatriz, que representa la teología, se hace en este lugar más bella que nunca, y Dante se ve envuelto por la luz, de modo que es capaz de ver a Dios (Canto XXX).

Dante ve una rosa enorme, que simboliza el amor divino, cuyos pétalos son las almas entronizadas de los fieles. Todas las almas que ha conocido en el Paraíso, incluyendo a Beatriz, tienen su morada en esta rosa. A su alrededor hay ángeles volando como abejas, distribuyendo paz y amor. Cuando Beatriz pasa a ocupar su lugar en la rosa, Dante ya se encuentra más allá de la teología y a su vez puede contemplar directamente a Dios, y San Bernardo, en cuanto místico contemplativo, será su guía en esta última etapa (Canto XXXI). San Bernardo continúa explicando la predestinación, y reza a María a favor de Dante. Por último, el protagonista entra en contacto directo con Dios (Cantos XXXII y XXXIII), quien aparece como tres círculos idénticos que ocupan el mismo espacio, los cuales representan al Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo.

Dentro de esos círculos el protagonista discierne la forma humana de Cristo. La Divina Comedia termina con el poeta tratando de entender cómo los círculos logran encajar, y cómo la humanidad de Cristo se refiere a la divinidad del Sol no obstante, como Dante lo señala, para continuar «no bastaban las propias alas». Tras un rayo de comprensión, que el poeta no puede explicar, Dante entiende, y su alma entra en total armonía con el amor divino:

A la alta fantasía aquí faltaron fuerzas;
mas ya movía mi deseo y mi velle,
como rueda a su vez movida,
el amor que mueve el Sol y las demás estrellas.

Extraído y adaptado de:

http://danteladivinacomedia.blogspot.com/p/paraiso.html

http://bibliotecavirtual.unl.edu.ar/ojs/index.php/HilodelaFabula/article/view/1803/2752

Más información en:

http://es.slideshare.net/nazhtedgard/el-paraso-la-divina-comedia

https://es.wikipedia.org/wiki/Para%C3%ADso_(Divina_Comedia)

http://cms.iafe.uba.ar/gangui/cosmocurso/nuc123/xescola/didaastro/difusion/ch/ch89/gangui-ch89-dante.pdf

Manuel González y Félix D. García

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